Mismo frío, mismo quirófano (26 junio '19)
Viernes 21 de junio, día en que cojo las vacaciones (aunque tal vez tenga trabajo en julio). Muchos planes para estos días. Irnos al pueblo para estar con las niñas, piscina, playa, paseos largos con los perros... todo se para. Una vez más. Y me rompo, porque estoy harta de paralizar mi vida.
Me llama mi madre, la han avisado del hospital para operarme el lunes. Y es como... ¿en serio?. No puede ser verdad.
Lo primero que se me pasa por la cabeza es la decepción de no poder pasar estos días como habíamos planeado, en el pueblo. Las peques no paran de preguntar cuando vamos, nos echan de menos y mi chico sin duda echa de menos a su familia. Y yo, pues yo estoy deseando verlas a ellas y a todos, porque ya los considero mi familia también y allí estoy como en casa.
El caso es que intento tranquilizarme. Menos mal que la noticia no me pilla sola. Suerte que estás conmigo, mi amor.
Tengo que decidir (una vez más) y veo claramente que, a nivel laboral, es sin duda el mejor momento posible para una nueva intervención, aunque desde un punto de vista personal... uffff. Ha sido un trimestre duro y realmente necesitaba estas vacaciones y esos planes.
Así que nada. Paso el finde como buenamente puedo (gracias, mi amor, por tirar de mi y a mi mejor amigo por darme un domingo genial) y el lunes, mi madre, puntual, nerviosa, siempre mi sombra en todo este proceso, me recoge para ir al hospital.
Estoy nerviosa por el hecho de entrar en quirófano pero, sorprendentemente, no estoy ilusionada. De hecho, mientras espero mi turno me pregunto varias veces qué estoy haciendo allí. me pregunto si esto es necesario. No tengo esperanzas en obtener una mejoría estética notable y con el tiempo pienso que llegaría a acostumbrarme a esa versión incompleta de mi misma. Y además, para mi pareja no es un problema, entonces..... no sé, pero de repente no veo la necesidad de estar allí en lugar de camino a Sevilla, con mi chico y mis perros y regalos en el maletero. Mi bikini nuevo, protección solar y vestidos de verano.
Después del correspondiente debate "piercing sí, piercing no" con mi cirujano y la anestesista (temita que dejaré aparte, no sin decir que yo tenía la razón). Me llevan a quirófano y, como siempre, no sé en qué momento me duermo.
Mi madre dice que al salir de la operación me vió y que, al preguntarme, le dije que lo había visto y que me había gustado el resultado.... alucino, porque no lo recuerdo. Solo creí haber soñado verla al salir y preguntar por mi novio, cosa que al parecer no fue un sueño.
El mismo día me dan el alta con una especie de esponja puesta para proteger lo que quiera que hayan hecho ahí. Parezco Madonna en la versión más cutre posible y tengo que usar camisetas d emi novio para que se me note esa cosa lo menos posible.
Hoy es miércoles y mañana me hacen la cura y, supuestamente, me ponen algo más discreto. Ya la verdad es que me da igual. No puedo pisar la playa, ni tomar el sol ni hacer nada de todo aquello que tenía planeado. Ni siquiera puedo estrenar la ropa de verano que tengo ahí (desde hace dos veranos alguna que otra prenda).
Lo más raro de todo esto es que no tengo ningún interés por vérmelo. No por miedo al resultado, pues es bastante improbable que me veo peor con lo que quiera que hayan hecho que con un pecho liso sin nada. Yo creo que es más bien hartazgo por todo y el hecho de estar segura de que jamás me voy a ver normal del todo.
Una cosa es una cicatriz en otra parte del cuerpo, más o menos visible, más o menos marcada, y otra cosa es esto. Y, sinceramente, creo que siempre tendré la sensación de estar incompleta. Y es así, una realidad como otra cualquiera que no quiero que parezca victimismo ni cause lástima (no, por favor, odio eso). Es simplemente una certeza que tengo (ojalá me equivoque) derivada de lo que veo y siento al mirarme en el espejo.
En fin. Solo espero que la recuperación no se alargue más allá de julio porque puedo jurar que, después de dos veranos sin poder disfrutar, necesito disfrutar éste.
Mañana os contaré qué tal ha ido la cura pero no me puedo despedir sin mandarle un beso enorme a mi madre, a quienes estuvieron pendiente de la operación y a mi chico, que al final es quien me aguanta a diario en casa y calma mi frustración sujetando mi cara en sus manos. Te quiero.