En shock

Y entro en shock. Y no paro de repetir, en voz alta, que no puede ser, que no puede ser, que no puede ser. Y pregunto al médico, varias veces, que si es en serio. Pues claro que va en serio, esto no es ninguna broma pesada.

Mi cuerpo de repente... no sé... es como si dejara de funcionar. Mi cerebro no responde, no puedo pensar. Me cuesta respirar, mis ojos no ven lo que tengo delante, es como si de repente mi cuerpo entero fallara. Noto que mi espalda, tan firme, fuerte y recta en los últimos meses, se encorva. Me hago pequeña, (más aún de lo que ya soy!) y me encojo en la silla.

Siempre he tenido, como tanta gente, esa capacidad de reconocer una pesadilla y despertarme voluntariamente. Siempre he sido capaz de saber cuándo estoy soñando, por muy real que el sueño sea. Algo parecido siento tras el colapso inicial. Me da por pensar que esto es una pesadilla y hago por despertarme. Y me suena tan estúpido cuando ahora lo cuento... pero juro que pensé que de un momento a otro me despertaría, que aquello no podía estar pasando de verdad. Supongo que se trata de esa fase de negación de la que tanto hablan los psicólogos.

Pero no despertaba. Y el médico seguía ahí, delante de mi, aparentemente impasible, pero con mandíbula apretada, en señal de pena. Y más me hundo. No quiero dar pena. Quiero despertar.

Me insiste en que le de el número de teléfono de alguien de mi familia. No logra convencerme de que es mejor que sea él quien llame. No, me niego. Sin duda mi madre, y mi marido, se asustarán mucho más si, sabiendo donde estoy, reciben una llamada de un desconocido.

<<Dime, Sandra>>, me dice mi madre desde lo que pareció una lejanía indescriptible. Rompo a llorar, aunque a medias, y solo alcanzo a decir <<mamá>>, a lo que ella, con voz ya quebrada, me responde <<Sandra>>, y vuelvo a repetir <<mamá>>, y ella, ya llorando, vuelve a repetir mi nombre. No sé cuantas veces repetimos lo mismo. Y por fin le dije que viniera, que no cogiera el coche, pero que viniera, YA.

Cuelgo y hago la siguiente llamada. "Llamando a Nene", veo en la pantalla de mi móvil. Por dos veces me cuelga, necesita un minuto para decirle a la persona con la que estaba reunido que su mujer le llama. No le doy tiempo a que me devuelva la llamada. Tercer intento y responde inmediatamente. Casi mismo patrón en mí: <<Dani>>, con voz ronca. <<¿Qué pasa?>>, me responde ya con voz temblorosa. Ya sabe que es grave. Muchas veces lo llamo al trabajo, muchas veces me cuelga por estar reunido u ocupado. Y yo no insisto, y me devuelve la llamada lo antes posible, y ya está. Por eso ya sabe que algo va muy, pero que muy mal. <<Dani, vente al hospital. Dani, tengo cáncer>>. Y no recuerdo su respuesta.

El ratito que tardan los en llegar no puede transcurrir más lentamente. Mientras, mi cuerpo por fin reacciona: bajada de tensión, boca seca, sudores fríos, me tiemblan las piernas.

También mi cerebro parece (insisto, parece) que empieza a asumir la noticia. Solo puedo repetir, con la voz forzada propia de la ronquera que me ataca cada curso, que no lo entiendo. No lo entiendo. No lo entiendo. No lo entiendo.

El médico me dice que no intente entenderlo, que me "ha tocado". Misma frase que me dijeron cuando me confirmaron que tenía hernia discal. esa hernia que me dejó sin poder caminar, sin poder apenas moverme, sin estar de pie más de cinco minutos seguidos. Misma hernia discal que me costó un ascenso en mi trabajo. Misma hernia que casi me impide casarme y que me hizo cancelar mi viaje de novios a Japón.

No me podía creer que se repitiera la historia, que otra cosa me hubiera caído encima sin causa aparente, y que iba a ser otro puto drama.

Llega Dani, no sabe cómo abrazarme, porque me hago de nuevo pequeña en sus brazos. Me mira con gesto desconcertado. Me sostiene, porque apenas puedo mantenerme de pie. Lloro en sus pecho. 

Llega mi madre, me abraza tan fuerte que apenas puedo respirar. Hunde su cara en mi cuello. Llora como nunca la he visto llorar... ella, con toooodo lo que ella ha pasado en su vida!!!. Y estamos abrazadas así, fuerte, un buen rato.

Veo que también está mi tía. También me abraza fuerte. Intenta tranquilizarme. Sabe mantenerse entera en estas situaciones, pero esta vez le está costando la vida no derrumbarse. Nunca la había visto así.

El médico nos deja unos minutos a solas. Para después volver y explicarme muchas cosas. Mucha información. Mi cabeza desconecta a menudo, para quedarse en blanco.

Lo peor: una decisión a tomar, y la posibilidad de quimioterapia.

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