Cuidador

Cuando te hospitalizan, en el informe de alta debe constar (o al menos así ha sido en las dos ocasiones que yo he vivido) el nombre de tu "cuidador". Es la persona que se va encargar de ti durante la convalecencia ya en casa.

En mi caso, en las dos ocasiones Dani ha sido esa persona.

La primera vez nos reímos, porque claro, tan jóvenes, recién casados, y él con nula experiencia en temas "de males", como se dice en Cádiz.

Esta vez, como en la otra ocasión, esta figura ha pasado desapercibida. Me explico: todo el mundo se centra en el enfermo, yo en ese caso. Pero pocas son las personas que me preguntan cómo está él, cómo lo lleva él, cómo se encuentra él. Es una figura que está en la sombra, que se desvive sin que nadie de se cuenta de hasta qué punto sufren junto a nosotros todo lo que nos pasa.

En mi caso, y me refiero al cáncer, no a la experiencia anterior (en la que lo que voy a decir fue igual en la esencia, pero diferente a la vez), esto ha sido un golpe duro.

A menudo le he dicho, sin ánimo de reproche, por supuesto, que no podía entender mi punto de vista con respecto a ciertos aspectos de esta enfermedad, por muy cerca que esté de mi, puesto que no es él quien la sufre al fin y al cabo. Pero de igual manera, yo no soy capaz de ponerme del todo en su piel.

No puede hacer nada para curarme, ni para aliviarme los dolores.  A veces ni siquiera ha conseguido tranquilizarme o hacerme sentir mejor emocionalmente. Y es que, al final, sobrellevar un cáncer, desde mi humilde opinión, conlleva un trabajo mental a la vez que físico. Y ese trabajo mental, de ser fuerte, de intentar no derrumbarte, de seguir adelante... así como de llorar cuando lo necesites y lamentarte cuando te lo pida el cuerpo (siempre que te sirva para recobrar energía), es un trabajo propio de quien lo sufre.

Y puede parecer una contradicción lo que quiero expresar: por una parte, la persona que vive contigo no puede hacer ese trabajo por ti, puede ayudarte, puede estar a tu lado a muerte, pero al final la lucha es personal. Pero por otra parte, no se es consciente (yo probablemente la primera), de lo que puede llegar a sufrir quien está a tu lado.

Él ha tenido que estar fuerte todo este tiempo para mi. No se ha permitido venirse abajo en ningún momento. Me ha apoyado incluso cuando yo, sin querer, rechazaba ese apoyo. Ha intentado entender miedos que no compartía, puntos de vista que no entendía. Y eso no es fácil. Ha aguantado mis cambios humor (espero que no me queden muchos) y arrebatos tontos que ni siquiera yo sabía de dónde venían. Y desde fuera eso no se ve.

No se ven los llantos que me ha consolado. No se ven sus constantes abrazos, no se ven sus charlas diarias (hasta que ya entré en un bucle  en que me resultaban contraproducentes, porque ya no podía sino repetirme lo mismo una y otra vez, al no haber más que decir.

Diría que ha sufrido (voy a empezar a usar el pasado, pues creo que se ha producido un punto de inflexión al conocer el tratamiento) lo mismo que yo, en la misma medida, con la misma intensidad, pero desde un punto de vista que está enfrente del mío.

Él en una acera de la calle, yo en la de enfrente. Pero a él le ha pegado el viento igual que a mi, solo que a mi me tiraba al suelo y a él no, él me agarraba de la mano y me levantaba. A él le ha caído la misma lluvia que a mi, solo que a mi me calaba hasta los huesos y él se ponía un chubasquero con el que a la vez intentaba cubrirme.

La misma realidad, la misma intensidad, vista y vivida desde dos planos opuestos a veces, juntos otras.

Si te doy las gracias, cariño, tengo la sensación de no estar diciendo nada, de quedarme muyyyy lejos de lo que realmente mi corazón quiere expresar. Ahora te toca a ti caerte si o necesitas, y por supuesto relajarte. A partir de aquí, el camino se hace más fácil.


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